EL MÉTODO APLICADO: ESTRATEGIA, PROCEDIMIENTO Y REGISTRO.
Como es bien sabido, toda excavación arqueológica se articula en función de dos aspectos claramente distintos e independientes entre sí: la estrategia y el procedimiento. Ambos en conjunto constituyen lo que podríamos llamar el método de excavación. Tanto las estrategias como los procedimientos de excavación no son más que medios transitorios que conducen a un fin más permanente, que es el registro arqueológico.
1.1.- La estrategia.
Entendida en sentido amplio, la estrategia es el “plan” diseñado para dirigir la excavación, lo cual no sólo afecta al “soporte” según el cual será diseccionado el yacimiento –trincheras, cuadrículas, áreas abiertas…-, sino también a la traza general de la intervención –establecimiento de zonas prioritarias de actuación, objetivos concretos a alcanzar en cada zona…-.
En una excavación sistemática, la estrategia a aplicar viene determinada por tres condicionantes básicos: la configuración del yacimiento en sí (su estructura, extensión, cronología…); los fines perseguidos por la intervención (prioridades y objetivos a medio y largo plazo); y los medios técnicos, humanos y económicos de que se dispone para alcanzarlos.

El sondeo es un buen método para comprobar la presencia de restos arquológicos in situ de una manera económica.
– Objetivos. En cualquier yacimiento a excavar, la responsabilidad del arqueólogo que lo aborda es, en primer lugar, de carácter científico: debe estar garantizada en todo momento la calidad técnica de la excavación, para lo cual han de emplearse todos los medios disponibles, empezando por un procedimiento de «disección» y por una forma de registro que aseguren la objetividad de los datos obtenidos y su validez como fuente autónoma de conocimiento histórico.
Pero, en una excavación sistemática, esa responsabilidad debe ir más allá: estamos obligados a perseguir, además, la recuperación del yacimiento para el público en general; es decir, debemos aspirar a que el yacimiento no sólo pueda ser visitado, sino también entendido, de tal manera que los restos conservados aporten un nivel de información suficiente a cualquiera que los contemple (en este sentido, de nada sirve, por ejemplo, excavar el yacimiento por medio de pequeñas cuadrículas cuya contemplación no aporta nada al visitante, por más que éstas nos pudieran ayudar a resolver problemas estratigráficos muy específicos).
De acuerdo con estos planteamientos, la intervención en una excavación sistemática debe estar animada, desde un principio, por un doble objetivo: la obtención de conocimiento científico, por un lado, y la recuperación de los valores monumentales del yacimiento, por otro.

Conseguir que un yacimiento arqueológico sea visitable probablemente es la mejor forma de conseguir un mantenimiento adecuado.
Prácticamente todos los yacimientos arqueológicos conservados pueden definirse como espacios estructurados y coherentes, y normalmente cuentan con cierta extensión, por lo que su excavación no debe ser abordada de un modo arbitrario; la estrategia a aplicar (entendida como el “soporte” según el cual será diseccionado) debe elegirse a partir de un sólido conocimiento del espacio en cuestión y con una idea clara de los objetivos a conseguir.
En el caso de una excavación sistemática, plantear multitud de pequeñas cuadrículas de excavación constituye normalmente un grave error, por mucho que la distribución de esas cuadrículas responda a un esquema geométrico más o menos «curioso», e independientemente del nivel de profundización que se alcance en cada una de ellas. Si procedemos así, tras algunos meses de trabajo, el yacimiento quedará convertido en una buena colección de agujeros -eso sí, perfectamente regulares-, y ni el visitante ni el arqueólogo tendrán una idea clara de cuál pudo ser su estructura en cada momento de la historia.
El objetivo de que el yacimiento no sólo pueda ser visitado, sino también entendido, nos obliga en primer término a excavar en grandes áreas abiertas, haciéndolo de modo que se pongan al descubierto, en fases sucesivas de la excavación, momentos de ocupación homogéneos. Se trata, básicamente, de recuperar espacios coherentes para obtener una visión de conjunto que facilite al arqueólogo las labores de interpretación y le permita seleccionar con mejor criterio -o, al menos, con un criterio más informado- las zonas en las que habrá que profundizar después para documentar niveles inferiores. Y de paso, el visitante tendrá algunas posibilidades más de comprender lo que contempla.
Si el yacimiento es lo suficientemente grande, puede ser necesario dividirlo en varias áreas de excavación para facilitar el trabajo de gestión del registro arqueológico. A cada área se le asigna un número de identificación, y dentro de cada una de ellas, a su vez, los números de unidad estratigráfica -o números de inventario- se asignan del uno al infinito. Por tanto, la división de un yacimiento cualquiera en áreas de excavación no es más que una herramienta de gestión de unidades estratigráficas. La apertura de grandes áreas de excavación, además, proporciona numerosos frentes de trabajo susceptibles de ser simultaneados, lo que comporta evidentes ventajas a la hora de distribuir al personal.
Aun así, la división de un yacimiento en áreas no debe establecerse tampoco de manera totalmente arbitraria, sino que debe procurarse que cada sector posea una coherencia estructural interna; en este sentido, se les puede considerar sectores «estructurales», es decir, «naturales» de un modo similar a como lo son las unidades estratigráficas según las cuales se excava.
Lo que no debe variar de unos sectores a otros es el criterio de intervención: en cualquier excavación sistemática, dentro de cada área debe excavarse intentando alcanzar momentos de ocupación homogéneos, para lo cual se retiran derrumbes y rellenos de acumulación por abandono hasta descubrir los niveles de hábitat más recientes en cada zona, sin eliminar -en la medida de lo posible- ningún tipo de estructuras.
1.2.- El procedimiento.
Si la estrategia es el plan para dirigir la excavación, el procedimiento es el modo en que profundizamos en los depósitos arqueológicos para extraer de ellos la información que contienen. En una excavación sistemática, la estrategia en área abierta debe combinarse con el procedimiento de excavación por estratos naturales –llamado “estratigráfico” o de “estratigrafía natural”-.
El procedimiento estratigráfico parte del principio irrebatible de que todo yacimiento arqueológico es una realidad estratificada. Consiste en extraer los depósitos uno a uno, respetando al máximo sus formas y contornos originales, y siguiendo la secuencia inversa a aquella en la que se formaron (es decir, extrayendo primero el más moderno, luego el inmediatamente anterior, y así sucesivamente hasta alcanzar el más antiguo).

Este dibujo muestra el proceso de cortes y deposiciones que conlleva la creación de un silo y su posterior abandono.
En su condición de testimonio involuntario de la actividad de sociedades humanas pasadas, la estratigrafía arqueológica tiene un enorme valor como fuente autónoma de conocimiento histórico. Por ello, es de la máxima importancia aplicar el procedimiento estratigráfico de excavación, cuyas ventajas con relación al procedimiento arbitrario son indudables: el procedimiento estratigráfico permite, en primer lugar, recuperar la historia de la topografía del yacimiento, ya que se respetan al máximo las superficies de cada unidad estratigráfica; en segundo lugar, facilita la clasificación de los objetos en función del estrato en el que quedaron sepultados, sin desplazarlos de su contexto natural; por último, permite identificar las relaciones físicas entre unidades estratigráficas y, por consiguiente, conocer la cronología relativa de cada unidad en el mismo instante de ser excavada.
1.3.- El registro.
El registro es el conjunto de la información arqueológica extraída de un yacimiento durante su excavación. Está integrado por las anotaciones hechas a pie de campo (registro escrito), por los dibujos de planta, sección o alzado (registro planimétrico), y por las fotografías tomadas durante la excavación (registro fotográfico). Por otra parte, los objetos arqueológicos recogidos durante la excavación son seleccionados, siglados e inventariados en correlación con el registro escrito, lo que da lugar al inventario de materiales.
En la siguiente entrada os hablaremos del registro arqueológico y del inventario de materiales. Esperamos que os interese este apasionate tema.
buen articulo, muchas gracias
Muy buena información en este blog, me gustaría haber visto esto antes.