Hola amigos, con motivo de la próxima publicación de un libro dedicado a los pozos de nieve de la provincia de Ciudad Real, realizado por unos de los miembros de Baraka Arqueólogos. Hemos decidido comentaros, a modo de avance, el apasionante mundo del comercio del hielo y de la nieve en la Edad Media y en la Edad Moderna, así como, el proceso de excavación y restauración del pozo de nieve del Cristo de Villajos en Campo de Criptana, el único que actualmente está musealizado en la provincia de Ciudad Real.
PRINCIPIO Y FIN DE LA INDUSTRIA TRADICIONAL DEL FRÍO
El consumo de nieve en Europa se generalizó desde mediados del siglo XVI, cuando dejó de ser un artículo de lujo y se convirtió en un producto asequible de uso cotidiano. Ello se debió a la concurrencia de varios factores, como la consideración de la nieve y el hielo como productos medicinales, avalada por tratados médicos difundidos gracias a la imprenta; la aparición de una fase de clima frío en toda Europa, con abundantes nevadas y heladas; o el desarrollo de técnicas eficaces de almacenamiento masivo y conservación, concretado en la construcción de una densa red de pozos de nieve que permitió abaratar los costes de producción.
EL CONSUMO DE LA NIEVE EN LA ANTIGÜEDAD
En la cultura mediterránea, la nieve fue considerada desde antiguo un bien del cielo, de carácter mágico, al que se atribuyeron propiedades medicinales para el tratamiento de fiebres, inflamaciones, dolores y hemorragias.
El almacenamiento, comercialización y consumo de la nieve están documentados en Oriente Medio desde los inicios del segundo milenio antes de Cristo, pero no se introdujeron en Europa Occidental hasta época clásica, en que fueron difundidos por griegos y romanos desde las riberas del Mediterráneo. Médicos y pensadores como Hipócrates, Séneca o Galeno, ensalzaron las propiedades terapéuticas de la nieve, que también era utilizada para la preparación de bebidas frías y la conservación de alimentos, aunque su consumo sólo estuvo al alcance de las clases privilegiadas de la época.
“…unos beben nieve, otros hielo. Para que en otros meses se conserve la nieve, la recogen y convierten este castigo de los montes en deleite de la garganta. La preparan y así la guardan durante el invierno…” (Plinio, Naturalia Historiae, libro XIX, capítulo IV, 19-20, año 70 d.C.).
LOS TRATADOS RENACENTISTAS SOBRE LA NIEVE
Durante el Renacimiento se recuperaron algunas teorías médicas del mundo clásico, transmitidas a lo largo de la Edad Media por médicos musulmanes como Razés, Avicena o Averroes. A partir del último tercio del siglo XVI diversos tratadistas publicaron en España sus trabajos sobre el tema, valorando no sólo los beneficios del consumo de nieve, sino también sus riesgos: Francisco Franco en 1569, Nicolás de Monardes en 1571, Francisco Micón en 1576, Alonso de Burgos en 1640…
Esta avalancha de literatura médica influyó decisivamente en la extensión del consumo de nieve en los reinos hispánicos, que contaba con cierto arraigo popular desde la Edad Media debido a la pervivencia de la tradición andalusí. A finales del siglo XVI, sectores muy influyentes de la sociedad española, como los jesuitas, la nobleza y los médicos, eran partidarios del uso de la nieve, lo que potenció el desarrollo de su comercio.
“…a crecido bastante el uso de la nieve que no solo en la bevida usamos della, mas aun para enfriar las sábanas (…) Será muy buen consejo poner la fructa en la cava donde estuviese la nieve, porque con su frialdad elada se preservan algunos días de podrescimiento (…) Desta industria usa Galeno para conservar algunos pescados sin podrescimiento …” (Francisco Franco: Tractado de la nieve y del uso della , año 1570).
“…a los que beben frío, que sea frío de su naturaleza o enfriado con Nieve: porque les conforta el estómago, si lo tiene laxo y débil lo fortifica y corrobora, proybe el fluxo y corrimiento de los humores calientes a el, y por esto quita cámaras y vómitos cholericos; conforta todas cuatro virtudes: quita la sed, da gana de comer, haze mejor la digestión, bévese menos, y eso con más contento y alegría, satisfaciéndonos más poca bebida fría que mucha que no lo sea (…) Gozar del regalo que haze su frialdad, que es cosa que no se puede explicar, ni entendimiento humano comprender…” (Nicolás de Monardes: Libro que trata de la nieve y de sus propiedades…, año 1571).
“…Criado del señor mozo, / Que no es oficial del gusto, / Muerto de hambre y disgusto / Dale sepulcro en un pozo / Destos en que guardan la nieve…” (Tirso de Molina: La mujer por fuerza, año 1635).
“Encargáronme, por ver mi brío y despejo, la despensa de la comida, la cantina del vino y el pozo de la nieve (…) Hacía mis sacas de vino y mis vendejas de nieve, y con la calidez del uno y la frialdad del otro gozaba mi bolsa de un templado temperamento…” (La vida y hechos de Estebanillo González, año 1646).
LA INFLUENCIA DEL CLIMA EN LA EDAD MODERNA
Entre finales del siglo XVI y mediados del siglo XIX Europa conoció un enfriamiento generalizado del clima que los especialistas han dado en llamar “pequeña edad del hielo”, originada por una fase de mínima actividad solar. En la Península Ibérica existen evidencias de un clima notablemente más frío que el actual entre 1550 y 1895, con abundantes nevadas y temperaturas muy bajas, lo que favoreció el desarrollo de la industria del frío.
En el siglo XVI se documentan diversos episodios de frío extremo. Así, el río Tajo llegó a helarse a su paso por Toledo en 1536, y en la década de 1560 la Submeseta Sur sufrió severas heladas y nevadas.
“…vimos, dice el maestro Venegas, en el año pasado de 1536, que al principio de enero se heló el Tajo con tanto rigor, que demás de los otros días señaladamente de cabo a rabo, le pasaron a nueve de enero más de cinquenta personas a la par, y corrieron y jugaron en él a los birlos y al herrón, e hicieron lumbre y asaron carne con ella en mitad del río…” (FONT, 1988: 76).
Durante el siglo XVII se mantuvo la misma tónica. Los fríos arreciaron durante toda la centuria, pero su última década fue la más fría hasta el momento actual; de hecho, el 6 de febrero de 1697 se volvió a helar el río Tajo.
El siglo XVIII padeció fríos similares: en enero de 1709 el Ebro se heló en Tortosa. En 1708, 1713 y 1732 se hicieron en Ciudad Real rogativas a la Virgen del Prado para que cesasen los “malos temporales”. En Daimiel hubo fuertes heladas en 1716 y 1725. En Almagro se documentan importantes nevadas y heladas en los inviernos de 1770, 1780 y 1785. En 1777, los ciudadrealeños pidieron de nuevo a su patrona el cese de las nevadas.
El siglo XIX fue climáticamente más voluble. En Ciudad Real se registraron copiosas nevadas en 1802. Entre 1840 y 1880 hubo frecuentes temporales de nieve, y en enero de 1891 se heló de nuevo el Ebro en Tortosa, fenómeno que no ha vuelto a producirse. El invierno de 1894 marca el final de la fase fría; tras él se produjo una recuperación térmica en toda la Península que se ha mantenido hasta nuestros días.
EL FINAL DE LA INDUSTRIA TRADICIONAL DEL FRÍO
El final de la pequeña edad del hielo coincidió con la aparición de las primeras fábricas eléctricas de hielo —más competitivas—, y con un cambio de actitud de la ciencia médica hacia el consumo de hielo natural, portador de microbios y desaconsejado frente al nuevo hielo artificial, que se fabricaba a partir de aguas cuidadosamente controladas. La nueva normativa sanitaria asestó el golpe de gracia a la industria artesanal del hielo a finales del siglo XIX, y los pozos de nieve, convertidos en escombreras primero y soterrados después, desparecieron masivamente en pocos años.
En la próxima entrada os hablaremos de los pozos de nieve y los tipos que existen.
Muy interesante el artículo, y el pozo de Criptana merece una visita. El video que hay en la sala de museo explica muy bien el funcionamiento de los pozos de nieve. Saludos alarqueños!
Vamos a colgar dos partes más del pozo de nieve, ya que es un buen ejemplo de como un elemento olvidado, que servía de basurero, se ha convertido en un punto de interés cultural y atracción turística.
Un saludo.